EL DESPERTAR DE LA BELLA DURMIENTE


 

Desde que recibí el beso del amor, depositario de sabidurías ancestrales, soy caminante de senderos nuevos, inciertos… 

Caminos iluminados, en momentos oscuros, por la luz del sentido común (el legado de lo mejor de nuestros antepasados) y las ventanas abiertas al aire fresco del nuevo otoño, que deja ir todo lo que ya no sirve, para nutrir así la tierra…

La renovación favorece la multiplicidad de la VIDA, dentro de su universalidad: acompasada unas veces con dosis de dolor y otras de amor… Así de completa es la felicidad, tan confundida frecuentemente como cualidad exclusiva del gozo.

El sendero, alejado de líneas rectas permanentes, a veces se vuelve obtuso. Zigzaguea entonces a la búsqueda de una tierra donde exista el cuidado de sí mism@ y del otro, la empatía, la mirada interior, la observación acompañada de escucha atenta y con presencia propia…

Los ojos y los oídos, la sensibilidad... También atentos al mundo exterior… Ese mundo que siempre ofrece enseñanza, al devolver reflejos de espejo donde mirarse y descubrirse…

Caminar hacia lo desconocido…

Sentir que yo y todo hombre o mujer abandona la pretensión de ser el centro del mundo... Para contemplar la existencia de todos los seres de la tierra... Para vislumbrar al planeta mismo... Que la vista pueda llegar a la galaxia y a otros universos...

Escuchar el eco del reclamo digno de cada ser vivo... Para que el beso del amor explote repartiendo sus esquirlas amorosas a cada rincón de quienes temen la vida y la muerte: dos caras de la misma moneda...

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